La pera conchanbrosa

                          
Había una vez, una casa que tenía una gran cocina. En ella había una bonita nevera repleta de deliciosos manjares, unos bonitos muebles y unos resplandecientes electrodomésticos. La vajilla era maravillosa, los vasos y copas eran elegantísimos, los manteles muy vistosos y llamativos. Tenían  ollas y sartenes de todas formas y medidas, en el centro de la mesa había un gran frutero que estaba repleto de frutas, frutas muy apetitosas de todo tipo, frutas frescas con gran aroma y un bonito colorido, pero entre todas las frutas destacaba una pobre y arrugada pera cochambrosa, que apenas se aguantaba de pie.

La pobre pera cochambrosa estaba muy triste, nadie la miraba, nadie se la quería comer. Todos los días, los niños de la casa, se comían dos o tres piezas de fruta, pero a ella nunca la elegían. No se la querían comer. Por eso estaba muy triste. Ella decía que era una pera huérfana y que no sabía de donde procedía, en cambio, todas las frutas que estaban con ella en el frutero tenían  nombre y apellidos.
Estaba el estirado plátano de Canarias, la pomposa manzana Golden, la uva Moscatel, el bonito mango Brasileño, los ricos melocotones de Calanda y la jugosa y dulce naranja Valenciana. Todas las frutas tenían nobleza, todas menos ella. Por eso, un día, vino su hada madrina y le dijo que la convertiría en un delicioso postre, la pobre pera cochambrosa no se lo podía creer y se puso muy contenta.
El hada madrina le dio a la pera un baño de vino de Oporto, la rebozo con azúcar y canela, le hizo un bonito vestido de hojaldre y la puso al horno para que se dorase un poco. Cuando salió del horno fue maravilloso ¡se había convertido en un exquisito y delicioso pastelito de pera hojaldrada! , se sentía muy feliz. Las frutas del frutero no podrían competir con ella. Y así fue, los niños no se pudieron resistir y para merendar, se comieron aquel riquísimo y apetitoso pastelito de pera. 
Y colorín colorado esta historia a terminado.