Erase una vez un mago que vivía en un castillo.
Al mago le gustaban mucho las flores por eso tenía un hermoso jardín.
Al cavo de poco tiempo las semillas empezaron a brotar.
Hera maravilloso salían plantas y flores de todas las clases y colores.
El jardín estaba lleno de pensamientos, geranios, hortensias, y nardos, y parare de contar porque habían de mil clases más.
Pero al no ser flores normales tenían varias peculiaridades.
Habían de todas las clases.
Llamativas, hermosas, humildes, y pomposas.
Las margaritas coqueteaban con los geranios, las rosas como tenían espinas eran las más orgullosas.
También habían gladiolos que por ser altos y coloridos eran los más atrevidos.
Cerca del castillo había una pradera que estaba llena de margaritas amapolas y azucenas.
Eran las más sencillas pero también las más bellas.
Por eso los claveles lirios y nardos estaban enamorados de ellas.
Llego el temido invierno y el jardín oscureció las flores se marchitaban y perdían su color.
El mago les recordó que ellas tenían un don, y como podían hablar se pusieron a cantar y le pidieron al sol que no dejara de brillar y así al poco tiempo las flores volvieron a brotar.
El mago que las cuidaba cada día las regaba y el sol poquito a poco también las iluminaba y así fueron creciendo en aquel jardín de ensueño.
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