En la cocina donde viven, procuran estar separadas.
Cada familia en estanterías diferentes.
Pero el destino quiso que un día los dueños de la cocina los pusieran juntos en la mesa.
Allí se encontró el señor sal y la señora azúcar, se miraron de reojo y con rencor.
Cada uno de ellos se creía que en la cocina era el más importante y menos preciaba al otro.
El señor de la sal presumía que él hacia las comidas más salerosas y sabrosas y que casi todas las comidas dependían de él.
La señora azúcar le respondió, que ella endulzaba todo lo que tocaba y le dijo: que sería un arroz con leche sin mí, tampoco existirían unas buenas natillas si yo no estuviera presente.
El señor de la sal le contesto: pero que me dices de las calorías que tienes, las personas te repudian y no te quieren.
La señora azúcar le respondió: prefiero ser calórica a subir la tensión que es lo que haces tú.
De pronto pusieron en la mesa dos platos con palomitas (Sabéis lo que paso) que cogieron y pusieron sal en un plato y azúcar en el otro.
Por eso no vale la pena estar enfadados, los dos sois necesarios.
Entonces recapacitaron y pensaron que llevaban ya muchos años separados y decidieron, saleros y azucareros vivir juntos para siempre.
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