La madre los encontraba guapísimos, pobres niños eran tan feos que te daban temblores solo de mirarlos.
La madre se pasaba el día presumiendo de hijos, les decía a sus vecinas: Os habéis fijado que guapo es mi Perico, el tener una ceja más alta que la otra le favorece mucho.
Las vecinas ellas discretas, asistían con la cabeza.
Pero la señora seguía y seguía.
Matildeee le gritaba a su vecina, asómate a la ventana y veras a mi Rodrigo con su sombrero nuevo, para que diga su maestra que tiene poca cabeza, le he tenido que comprar el sombrero más grande de la tienda.
De su hija decía maravillas, eso que la pobre niña no tenía en la cara nada en su sitio.
La niña tenía los ojos muy juntos, era morruda y sus orejas eran enormes.
Nada que decir de su hijo Valentín de los cuatro era el menos feo, lastima de la verruga que le salió en la barbilla que era del tamaño de un garbanzo.
La señora veía a sus hijos con ojos de madre, sin darse cuenta que los niños eran horriblemente feos.
Los niños se hicieron mayores y siguieron viviendo en casa de sus padres, la niña al cumplir dieciocho años decidió irse a vivir a la ciudad.
Como su madre le había dicho siempre lo bonita y guapa que era pensó que tendría que aprovechar su belleza, y cuando llego a la ciudad se apunto para poder participar a un certamen de mis belleza.
Estaba muy ilusionada pensaba que era especial, las demás chicas la miraban extrañadas.
Mientras se preparaba para el concurso conoció a un famoso diseñador que se quedo prendado de ella, le pregunto cómo se llamaba, ella le contesto Antonia me llamo Antonia.
El diseñador la miro a la cara y dijo, leches eres fea, fea de verdad pero tienes algo que te hace especial.
Te voy a contratar, te enseñare a desfilar y en poco tiempo mi musa tu serás.
No gano el certamen de belleza.
Pero fue la modelo y desfilo para uno de los diseñadores más importantes del mundo.
En su pueblo su madre paseaba la mar de orgullosa y como siempre presumía de sus hijos con sus queridas y viejas vecinas.
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